Soy Médico desde 1999 y Especialista en Medicina Estética desde el año 2006. Soy hija, soy hermana, soy mujer, soy madre, amante y esposa, soy paciente y desde este momento, una escritora y empresaria en prácticas. El 05 de julio de 2007, a las nueve de la noche de un jueves, en una clínica donde estaba realizando un Curso Avanzado de Eliminación de Arrugas para Especialistas, le pedí al instructor que fuera él quien me aplicara el tratamiento por primera vez en esas muy bien marcadas arrugas que tenía en el entrecejo entonces.
Me levanté, me dirigí al sillón de tratamientos y… ¡¡¡me hice mi primer tratamiento!!!… Sin anestesia, me clavó una agujita y… ¡¡No me dolió!!!… Aclaro aquí que aparte de ser médico, soy paciente que odia las agujas en su cuerpo, motivo por el que quizás puedo llegar a empatizar tanto con el paciente…
Fue emocionante, tenía 33 años y era la primera vez que me realizaba un tratamiento de Medicina Estética. Al día siguiente, viernes, empecé a notar una leve sensación de pesadez en el entrecejo. Me estaba costando mover con los músculos que causaban el fruncimiento del ceño. No obstante, podía seguir realizando el movimiento. Yo me sentía feliz. Pasaron los días, y el lunes por la noche, redactando un informe en el ordenador, sentí la mirada cansada, me costaba tanto fruncir el ceño que mi cerebro mandaba órdenes continuamente a mis músculos corrugadores para fruncirlo que me tenía que restregar los ojos porque me los notaba cansados.
Me acosté y… al día siguiente amanecí con una pesadez anormal sobre mi párpado derecho. Me miré al espejo y tenía el ojo derecho con aspecto de cansancio, un poco pesado al parpadear. No me afectaba a la visión o al lagrimeo. Sólo que parecía que tenía una conjuntivitis en el párpado superior de mi ojo derecho. En ese momento pensé, para mis adentros, que mi compañero médico me había puesto mal el producto en cuestión, tan cerca del ojo, creía, que me había pasado un poco al párpado. «Voy a parecer una tuerta», pensé, y no tenía ni idea de cuánto tiempo me iba a durar eso. Me enfadé con él.
Pero, a las dos semanas, el efecto sobre el párpado había desaparecido, mi entrecejo seguía alisándose, y yo tenía una piel más relajada. Aún así seguía pensando que mi compañero había sido un poco imprudente y se había acercado demasiado a mi párpado. Unos meses después, y con mi entrecejo reluciente todavía por el efecto del tratamiento, me encontré hablándole a una de las tantísimas pacientes que me habían consultado por el mismo tratamiento para su entrecejo y diciéndole que lo peor que le podía pasar era lo que se conoce como PTOSIS PALPEBRAL, y que yo misma había podido comprobar que gracias a que el párpado se mueve continuamente, el efecto desapareció más rápido en dicho párpado y que no se preocupara mientras no se acostara de lado durante las siguientes seis horas, ya que así no le ocurriría ese posible efecto secundario…
Entonces caí en la cuenta: La culpa no había sido de mi compañero- médico- profesional experto en eliminación de arrugas… Fui yo quien no respeté el tiempo prudencial tras la aplicación de la Toxina… Me acosté sobre mi lado derecho y no me moví hasta el día siguiente. Entonces comprendí que somos humanos, nos equivocamos, a veces incluso pensamos que la culpa es del otro, porque nosotros, ¡¡¡Noooooo!!!.. Nosotros nunca nos equivocamos; siempre estamos alerta y siempre creemos que tenemos la razón. Irónicamente, la vida nos enfrenta a nuestros propios errores.